Amistad. Del latín amicus, que deriva de amare. Afecto personal, puro y desinteresado,
compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. Afinidad y
conexión entre dos personas.
Las relaciones humanas son muy
complejas: el hombre se mueve de aquí para allá, a veces sale de casa sin saber
si volverá a entrar, y durante ese trayecto, no sabe ni con quien se cruza ni lo
que hará. Unos lo llaman destino, otros creen que es mero azar. Sea como fuere,
las cosan pasan y la gente alrededor de lo que ocurre está, sin saber ni cómo
ni para qué.
Ni siquiera podemos decidir
nuestro nombre, ni siquiera podemos decidir como somos, que carácter tendremos,
que reacciones tendremos ante las cosas o que haremos ante las situaciones. No
decidimos en nada que somos. Porque no sabes de dónde vas a salir, nadie te
pregunta si querías nacer o no, nadie te tiene en cuenta hasta que llega un día
en que ahí estas, fruto de lo que tus circunstancias, fruto de lo que ocurre.
En todo momento estamos rodeados
de personas. Pero a pesar de ello, con unas lo haces de un modo, y con otras de
otro. Y hoy día, cada vez de modos tan distintos. A penas pisas un pie en la
calle y hay gente por doquier. Ya no solo en la calle, sino también en casa:
porque gracias a estos trastos de los que ya -por suerte o por desgracia- nadie
se libra, abres la pantalla y la gente sigue ahí.
¿Y qué hacemos mientras? Un
misterio. Alguna vez se ha dicho que no elegimos a la familia pero sí a los
amigos. ¿Es acaso cierto? Porque no he podido yo elegir con quien me he
tropezado en esta vida. Porque no he podido elegir a quien -si es que hay alguien-
a quien le he caído bien.
Salimos de casa ya aún siendo
niños: desde entonces nos rodeamos de otros niños, que van creciendo a nuestro
mismo ritmo. Al menos, eso parece. Se forman grupos por afinidades, conectas
con alguien, o tal vez no. Hay tantas cosas que pueden o no gustarte… Hay
tantas cosas que puedes refugiarte… Hay tantas aficiones, a compartir o no; hay
tanto… ¿De dónde se forjan en nosotros todas estas cosas? ¿Por qué veo a una
persona y la creo que puede ser buena o puede ser mala? ¿Por qué llega un
momento en que tomo determinada decisión y llego a conocer a tal persona o a
tal otra? Parece que somos libres de hacerlo. Sin embargo, puedes analizar tu
personalidad y tus vivencias y la de tus ancestros y reconocer paralelismos,
que hoy sabemos que muchas veces vienen predeterminados por la genética. Así
pues, ¿somos libres de nuestros afectos? Los que sean defensores a ultranza de
la libertad dirán que por supuesto. Pero, ¿acaso no es nuestro carácter fruto
de la combinación genética de nuestros padres? Por tanto, ¿no dependerá de
nuestra propia manera de ser la manera en que lleguemos a compartir con otro lo
que somos o lo que hacemos, hacia donde vamos o hacia donde tendemos; de que dependen
en el fondo nuestras relaciones y nuestras elecciones? Y, más aún, ¿en que
influye que verdaderamente las haya o no?
Nunca me ha gustado filosofar.
Nunca me ha gustado calentarme demasiado la cabeza: soy y he sido siempre una
persona práctica, cómoda, que ha buscado el bienestar, y nada más. Pero a veces
tropiezas con situaciones, con gente, con cosas, que te hacen detenerte a
pensar. Valorar la vida y intentar reflexionar.
¿Soy como soy porque quiero? Y si
no es fruto de mi libertad, ¿a quién debo echarle la culpa? A veces, creo que me
sentiría mejor pudiendo encontrar un culpable. Y a veces lo intento… «si hubiera hecho esto así…», «si
no fuera porque éste o aquel han dicho o hecho esto…», «si
hubiera hecho caso de lo que me dijo no sé quien…».
Me ha tocado en el fondo ser así:
soy ese bicho raro que, a pesar de todo, llega a casa solo y sin poder hablar.
Y eso es lo que hoy me inquieta y me hace pensar.
Por esto abro este lugar. Para
poder reflexionar desde mi soledad, pero que ésta no quede en balde. Para
poder, más allá de quien lea o escuche, poder gritar. Porque lo que parece
afinidad, lo que conexión, a veces parece desvanecerse. Y solo te queda gritar.
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