miércoles, 19 de septiembre de 2012

Cuando uno empieza a pensar...


Amistad. Del latín amicus, que deriva de amare. Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. Afinidad y conexión entre dos personas.
Las relaciones humanas son muy complejas: el hombre se mueve de aquí para allá, a veces sale de casa sin saber si volverá a entrar, y durante ese trayecto, no sabe ni con quien se cruza ni lo que hará. Unos lo llaman destino, otros creen que es mero azar. Sea como fuere, las cosan pasan y la gente alrededor de lo que ocurre está, sin saber ni cómo ni para qué.
Ni siquiera podemos decidir nuestro nombre, ni siquiera podemos decidir como somos, que carácter tendremos, que reacciones tendremos ante las cosas o que haremos ante las situaciones. No decidimos en nada que somos. Porque no sabes de dónde vas a salir, nadie te pregunta si querías nacer o no, nadie te tiene en cuenta hasta que llega un día en que ahí estas, fruto de lo que tus circunstancias, fruto de lo que ocurre.
En todo momento estamos rodeados de personas. Pero a pesar de ello, con unas lo haces de un modo, y con otras de otro. Y hoy día, cada vez de modos tan distintos. A penas pisas un pie en la calle y hay gente por doquier. Ya no solo en la calle, sino también en casa: porque gracias a estos trastos de los que ya -por suerte o por desgracia- nadie se libra, abres la pantalla y la gente sigue ahí.
¿Y qué hacemos mientras? Un misterio. Alguna vez se ha dicho que no elegimos a la familia pero sí a los amigos. ¿Es acaso cierto? Porque no he podido yo elegir con quien me he tropezado en esta vida. Porque no he podido elegir a quien -si es que hay alguien- a quien le he caído bien.
Salimos de casa ya aún siendo niños: desde entonces nos rodeamos de otros niños, que van creciendo a nuestro mismo ritmo. Al menos, eso parece. Se forman grupos por afinidades, conectas con alguien, o tal vez no. Hay tantas cosas que pueden o no gustarte… Hay tantas cosas que puedes refugiarte… Hay tantas aficiones, a compartir o no; hay tanto… ¿De dónde se forjan en nosotros todas estas cosas? ¿Por qué veo a una persona y la creo que puede ser buena o puede ser mala? ¿Por qué llega un momento en que tomo determinada decisión y llego a conocer a tal persona o a tal otra? Parece que somos libres de hacerlo. Sin embargo, puedes analizar tu personalidad y tus vivencias y la de tus ancestros y reconocer paralelismos, que hoy sabemos que muchas veces vienen predeterminados por la genética. Así pues, ¿somos libres de nuestros afectos? Los que sean defensores a ultranza de la libertad dirán que por supuesto. Pero, ¿acaso no es nuestro carácter fruto de la combinación genética de nuestros padres? Por tanto, ¿no dependerá de nuestra propia manera de ser la manera en que lleguemos a compartir con otro lo que somos o lo que hacemos, hacia donde vamos o hacia donde tendemos; de que dependen en el fondo nuestras relaciones y nuestras elecciones? Y, más aún, ¿en que influye que verdaderamente las haya o no?
Nunca me ha gustado filosofar. Nunca me ha gustado calentarme demasiado la cabeza: soy y he sido siempre una persona práctica, cómoda, que ha buscado el bienestar, y nada más. Pero a veces tropiezas con situaciones, con gente, con cosas, que te hacen detenerte a pensar. Valorar la vida y intentar reflexionar.
¿Soy como soy porque quiero? Y si no es fruto de mi libertad, ¿a quién debo echarle la culpa? A veces, creo que me sentiría mejor pudiendo encontrar un culpable. Y a veces lo intento… «si hubiera hecho esto así…», «si no fuera porque éste o aquel han dicho o hecho esto…», «si hubiera hecho caso de lo que me dijo no sé quien…».
Me ha tocado en el fondo ser así: soy ese bicho raro que, a pesar de todo, llega a casa solo y sin poder hablar. Y eso es lo que hoy me inquieta y me hace pensar.
Por esto abro este lugar. Para poder reflexionar desde mi soledad, pero que ésta no quede en balde. Para poder, más allá de quien lea o escuche, poder gritar. Porque lo que parece afinidad, lo que conexión, a veces parece desvanecerse. Y solo te queda gritar.

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